A medida que pasa el tiempo, tenemos menos espacios en el que
podamos contactar con la naturaleza. El ser humano esta arrasando con todo el
paisaje. ¿Qué
fututo nos espera? ¿Un mundo sin naturaleza, sin paisaje? ¿Esto es lo que
queremos para nuestros hijos?
Los
procesos económicos actuales en los que prima la intensificación de la
producción y la importación sobre la exportación, no han hecho más que
despoblar el medio rural, conduciendo a estos espacios a un avanzado estado de
abandono y deterioro en el que hoy se ven inmersos. Se genera además una
desvinculación de la población al mundo rural, entendiéndose éste a veces como
“atrasado”, en comparación con las urbes o zonas metropolitanas, convirtiéndose
en la excusa perfecta de las administraciones para transformarlo y
despersonalizarlo con la proliferación de chalet adosados, urbanizaciones de
lujo o burdas imitaciones de caseríos tradicionales, en una falsa creación de
un paisaje sin identidad.
Bajo
esta realidad de abandono y olvido del conjunto de los paisajes agrícolas
tradicionales se ha generado una intensa desvalorización del medio rural y con
ello de sus bienes y de todo un conjunto de prácticas tradicionales hasta hace
tan sólo unas décadas muy arraigadas en nuestra cultura.
Se
está produciendo así una pérdida de nuestro paisaje, de lo que nos identifica y
nos diferencia a un territorio de otro, de lo que nos da identidad propia. Al
ser humano le gustan los espacios de ocio al aire libre y en contacto con la
naturaleza, le gusta el campo y recuerda con cariño la casa de teja de sus
abuelos y aquel molino que había donde hoy se alza un gran edificio de cinco
plantas y de pequeñas ventanas.
Es
la acelerada e irrevocable pérdida de estos paisajes singulares de elevado
valor cultural y patrimonial, lo que ha conducido a la Unión Europea en la
labor de desarrollo de iniciativas que fomenten y revaloricen estos paisajes
europeos, como una seña de identidad propia, en el derecho a disfrutar de una
calidad de vida, apostando por realzar los valores propios de cada sociedad y
huyendo de los procesos globalizadores que desdibujan las singularidades.
Se
entiende así al paisaje no sólo como un elemento de bienestar sino como un
recurso que requiere de instrumentos para la protección, gestión y ordenación
del mismo.
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