martes, 15 de mayo de 2012

LA DESTRUCCIÓN DE NUESTRO PAISAJE


A medida que pasa el tiempo, tenemos menos espacios en el que podamos contactar con la naturaleza. El ser humano esta arrasando con todo el paisaje. ¿Qué fututo nos espera? ¿Un mundo sin naturaleza, sin paisaje? ¿Esto es lo que queremos para nuestros hijos?



Los procesos económicos actuales en los que prima la intensificación de la producción y la importación sobre la exportación, no han hecho más que despoblar el medio rural, conduciendo a estos espacios a un avanzado estado de abandono y deterioro en el que hoy se ven inmersos. Se genera además una desvinculación de la población al mundo rural, entendiéndose éste a veces como “atrasado”, en comparación con las urbes o zonas metropolitanas, convirtiéndose en la excusa perfecta de las administraciones para transformarlo y despersonalizarlo con la proliferación de chalet adosados, urbanizaciones de lujo o burdas imitaciones de caseríos tradicionales, en una falsa creación de un paisaje sin identidad.
Bajo esta realidad de abandono y olvido del conjunto de los paisajes agrícolas tradicionales se ha generado una intensa desvalorización del medio rural y con ello de sus bienes y de todo un conjunto de prácticas tradicionales hasta hace tan sólo unas décadas muy arraigadas en nuestra cultura.
Se está produciendo así una pérdida de nuestro paisaje, de lo que nos identifica y nos diferencia a un territorio de otro, de lo que nos da identidad propia. Al ser humano le gustan los espacios de ocio al aire libre y en contacto con la naturaleza, le gusta el campo y recuerda con cariño la casa de teja de sus abuelos y aquel molino que había donde hoy se alza un gran edificio de cinco plantas y de pequeñas ventanas.
Es la acelerada e irrevocable pérdida de estos paisajes singulares de elevado valor cultural y patrimonial, lo que ha conducido a la Unión Europea en la labor de desarrollo de iniciativas que fomenten y revaloricen estos paisajes europeos, como una seña de identidad propia, en el derecho a disfrutar de una calidad de vida, apostando por realzar los valores propios de cada sociedad y huyendo de los procesos globalizadores que desdibujan las singularidades.
Se entiende así al paisaje no sólo como un elemento de bienestar sino como un recurso que requiere de instrumentos para la protección, gestión y ordenación del mismo. 

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