Hay un momento al amanecer, en el que las aves picotean el hielo de los charcos sedientas tras la pesadilla de una noche de invierno.
Asoma entre el frío el temor de que la vida se extinga
antes de la próxima primavera. La fragilidad de estos pequeños cuerpos salta de
rama en rama, temiendo que la siguiente se quiebre antes de haberla abandonado.
Es ahora, en la fragilidad de lo inhóspito, cuando se ablanda la mente y
sentimos el alma. Este es el tiempo de retorno al ser natural que siempre
fuimos. Fotografío el hielo para recordar.
En el letargo de la noche afloran los sueños
sumergidos. Bajo un hielo infranqueable, contienen la respiración las hojas del
otoño. Entre el verdor de las algas espera el recuerdo de los prados. Las
agujas del frío despiertan las caricias en las manos cuando se acercan al
reflejo de los cuerpos ateridos. Sobre la transparencia craquelada, se reflejan
los temblores del alma. En la realidad licuada vibran los vaivenes inciertos.
En la claridad desaparecen los rumores del tiempo.Fotografío el agua para
reconocer lo invisible.
Palpita
una llama bajo el hielo. El calor agazapado espera un rayo por el que ascender.
Esta piel crujiente, este invierno quebradizo que rodea la mañana, acoge los
remansos de un alma estremecida. Queda la luz sumergida mirando al cielo tras
burbujas congeladas. Ve las nubes reflejarse y añora su libertad gaseosa. Cómo
reconocer la vibración transparente de un alma sumergida. Este paisaje helado
atrae los sentimientos que laten en el aire. La naturaleza nos devuelve la
imagen del enigma. Fotografío la luz para llegar al alma.
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